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Margo


Era una fría noche de viernes, la ciudad estaba bañada por el manto cristalino del agua, como una capa de diamantes sobre las piedras, el asfalto y el ladrillo. Adentro, las cobijas de un material suave mantenían a la pareja protegida del frío inclemente de la ciudad. La cama doble ocupaba tres cuartos del espacio de la habitación dentro de un apartamento pequeño, pero cálido, que además contaba con un estudio, una sala-comedor, muebles de madera y poltronas viejas. El matrimonio que se cobijaba entre sus paredes blancas llevaba menos de un año de haber sido celebrado. Margarita y Marco se conocieron y se quisieron casar tan pronto, que no hubo aprobación de los suegros y sí bastantes advertencias, pero como dice el viejo dicho, la experiencia no crece en cabeza ajena. Se casaron de todas formas, e iniciaron un matrimonio joven en el que ambos apenas se conocían.


Aquella noche, Margarita tenía deseos de tener relaciones, pues se sentía lejos de Marco, ya que había estado demasiado concentrado en su nuevo trabajo como chef de un restaurante, en un club muy reconocido de la ciudad. Siempre llegaba cansado y con dolores de cabeza que lo golpeaban al punto de asemejarse a un zombie hambriento por una cama cálida y acolchonada. Sin embargo, aquella noche sintió cómo su marido se acercaba a ella sigilosamente. Como un gato cazando moscas, Marco saltó por debajo de las cobijas hasta que su miembro, dilatado por la excitación, apuntaba amenazante a los genitales desprotegidos de Margarita. -Bésame primero- Susurró ella. Marco se inclinó suavemente para besarle la boca, primero con un suave tacto con sus labios y luego con caricias entre lenguas. Cada uno lo hacía como si se tratara de un dulce que los emborrachaba más que un vino añejo. Marco acarició con sus labios la piel de su esposa como si fueran pasos, acercándose lentamente al lóbulo de su oreja y entre cada uno aspirando su aroma. Sentía en un éxtasis que le dominaba los sentidos, entonces deslizó su lengua, húmeda como la piel una serpiente, por la ojera de su esposa, quien había comenzado a soltar suaves gemidos que estimulaban más el líbido entre los dos. Ella sentía que las pulsaciones de su corazón llegaban tan fuertes como los bajos de un amplificador, además, rítmicos y constantes como una canción de blues. Marco asomó sus dientes, brillantes bajo la oscuridad con un destello macabro y los enterró en la carne de Margarita. Ella soltó un rugido de dolor y trató de soltarse de Marco, pero él ya la tenía apresada entre sus colmillos, convulsionando para zafarse de sus garras y llorando para liberarse de lo que se había convertido en una pesadilla. -¡Suélteme Marco! ¡suélteme idiota, que me está haciendo daño!- Gritó. Marco soltó su mordida y con la boca inundada en sangre gritó -¡Mi amor pero es que estás deliciosa!- Margarita saltó de la cama en medio de la noche y se tocó la oreja. Seca, ilesa y sin una gota de sangre. Su esposo estaba dormido pacíficamente al lado de ella, soltando suaves suspiros como si cantara en el mismo idioma del viento.


Margo, como la llamaba su esposo, trabajaba como pitonisa en el centro de la ciudad. Marco siempre había sido escéptico a sus prácticas esotéricas, pero más de una vez se había sorprendido de sus predicciones, sobre todo cuando eran novios. Al principio eran simples, como cuándo iba a llover o qué días habría más tráfico. Una vez, la que más le sorprendió, fue cuando la encontró llorando en su habitación, le preguntó qué le pasaba y ella sollozando lo miró a los ojos y dijo: -Mi mamá se morirá mañana- En ese momento a Marco le pareció más un mal presentimiento que una de sus predicciones. Al día siguiente su suegra enfermó, según los doctores no era nada grave, entonces logró calmar a su esposa, pero 24 horas después la madre de Margo empeoró y los doctores no reaccionaron a tiempo. Marco simplemente no quería creer en habilidades sobrenaturales, siempre llegaba a explicaciones lógicas de lo que sucedía, cuando pasó lo de su suegra, creía que Margo era increíblemente observadora y capaz de detallar hasta los menores indicios de un cambio físico, lo cual le permitía prever cualquier clase de acontecimientos. La pareja no volvió a discutir si Margo tenía o no esa clase de habilidades, de todas formas, a ella le tranquilizaba la posición lógica de su esposo, de esa manera lograba distinguir entre los sueños y sus predicciones. Entonces había armonía entre los dos a pesar de las distancias de sus puntos de vista, no obstante, desde que Margo tuvo la pesadilla cuyo protagonista era su esposo, dejó de tener el apoyo que necesitaba para distinguir si era o no una predicción, puesto que ella temía que fuera una realidad.


Durante la mañana siguiente a la pesadilla, Margo se levantó recordando la boca de su esposo bañada en sangre y ese rostro diabólico que le quitó las ganas de dormir. Intentó distraerse haciendo el desayuno, mientras Marco seguía durmiendo plácidamente. Batió los huevos, agregó sal, cortó el jamón en pequeñas tiras y rayó el queso para hacer unas sencillas tortillas acompañadas de un jugo de naranja natural y una taza de chocolate. El movimiento mecánico de sus manos batiendo el líquido espumoso la mantenía distraída de sus oscuros pensamientos, veía cómo creaba un remolino diminuto que se disipaba cuando retiraba la cuchara. El buen olor la hizo sonreír, pero de lo que no se percataba, era que alguien más sonreía detrás de su oreja al oler sus cabellos rizados. Al sentir un contacto en sus caderas, su corazón se detuvo por una milésima de segundo. -Amor me asustaste- Dijo aliviada.

-Lo siento mi vida, quería darte los buenos días-

-¿Cómo seguiste del insomnio?

-Caí como una roca, aunque dormí muy poco. Pero tendré que volver-

-¡No puede ser!

-Sí, no logro conseguir el especial como lo piden las directivas, por más que trato siguen insistiendo en que no es nuevo, que ya lo han probado y…y... la verdad ya me tienen harto-

-Ya mi amor, shh, lo vas a lograr, ya lo verás- Margo bajó la cabeza de su amado contra su pecho. Marco respiró hondo, tratando de inhalar ese aroma indescriptible, sentía como si se drogara con una línea de cocaína que le agitaba el cerebro de una manera tan afrodisíaca que tuvo que contenerse de desvestirla. Se apartó repentinamente sin pronunciar palabra y se encerró en el baño. -Lo siento amor, no puedo desayunar contigo hoy. Debo ir temprano al club-


Margo se sintió extrañada por el comportamiento cada vez más inusual de su pareja, era como si estuviera asustado -¿Pero de qué?- se preguntó. Quizá era el trabajo. Quizá estaba bajo mucho estrés. Pero eso no explicaba sus acercamientos repentinos en los que la acariciaba o la besaba y luego salía corriendo con la excusa de hacer algo del trabajo. Una vez, ella se despertó en la madrugada y vió a Marco en el computador del cuarto de estudio y él, apenas la vió, apagó la pantalla de forma desesperada y se excusó con sus problemas de sueño -¿Se estaría masturbando?- Pensó aquella vez. Algo ocultaba, pero seguramente no lo decía para que ella no se preocupara, además, Marco era un hombre fiel, correcto y muy amoroso, estaba segura que nada tenía que ver otra mujer.


Fuera lo que fuera, era una faceta que nunca había visto en su esposo, tal como su madre lo había predecido. Ella, que le había enseñado a leer las cartas, le advirtió una vez que la vida en pareja bajo un mismo techo daría cambios drásticos en Marco, en aquella lectura su madre sacó la figura del Rey y la Muerte, al verlas, Margo pidió a su madre que se detuviera, pues sabía que aquellos cambios eran naturales, estaba segura que el amor los mantendría a flote y que los cambios serían positivos. Pero aquel día ya no estaba tan segura de esto último, entonces decidió ir a su local en el centro de la ciudad para leer su futuro a través del tarot, pero primero esperaría a que su esposo saliera para su supuesta actividad en la cocina del club.


Al llegar al local encontró todo su arsenal esotérico, una escenografía completa que a ella le gustaba considerar como una obra de teatro, pues sabía que sus creencias no se daban por lo material sino por lo metafísico. Los manteles de colores oscuros con figuras paganas, los cráneos humanos, las velas aromáticas de los cinco elementos y los íconos religiosos eran una charada de significados que ella usaba para intimidar a sus clientes y hacerlos sentir en un universo diferente. Sin embargo, los únicos elementos que ella realmente consideraba necesarios eran sus barajas del tarot, la mesa para colocarlas y un vaso de agua que ella ofrecía a sus ancestros para que saciaran su sed mientras la guiaban por las oscuras profundidades del futuro.


Despejó su garganta, cerró sus ojos, ubicó sus manos boca arriba y entonó una oración en un tono plano que retumbaba en aquella pequeña sala oscura. -Pongo mi corazón y mi mente en manos de Jesucristo, maestro y guía de los espíritus de mi familia que hoy invoco en mi presencia para que despejen la niebla que cubren los eventos futuros. Clemencia, Jimena, Gloria, Augusto, Fernando y Edmundo, abro mi puerta porque son mis abuelos, mis padres y mis ancestros- Después de esto barajó el tarot, lo hizo repetidas veces para asegurarse de que las cartas que salieran fueran en extremo específicas con su respuesta. Las ubicó a su derecha y puso la palma de su mano sobre la baraja y preguntó -¿Qué es lo que me está ocultando mi esposo, Marco Antonio Aristizabal?- Sacó cinco cartas y las ubicó en forma de cruz. La del centro indica de quién se habla, lugar que ocupó el rey; la de arriba fue la luna, que representa la mente de quien se habla; abajo se sentó el diablo, donde están las cartas del futuro inmediato; a la izquierda la torre, el presente, y, a la derecha, donde se posan las cartas de un futuro lejano, la muerte cabalgaba en un caballo blanco con su armadura medieval, tan negra como las alas de los cuervos. Margo tembló de miedo, pues cuando la muerte está cerca a la torre solamente puede significar un peligro inminente, el cual sería ejecutado por un hombre adulto que ocultaba parte de sí como el lado oscuro de la luna y que podía ser tan salvaje y despiadado como el mismo diablo. -Imposible ¡Imposible!- Margo mordía su labio como a un trozo de carne y volvió a tirar tres cartas. Esta vez salió el cinco de oros, ubicada en el pasado significa el Karma; en el presente, tres de espadas se clavaban en un corazón ¿el de ella tal vez? Y en el futuro se colocó una carta con diez espadas sobre el cuerpo de un muerto -¿él o yo?- se preguntó horrorizada.


Volvió a casa con la apariencia de una loca esquizofrénica, se mordía las uñas y se despeinaba constantemente para despejar las voces de advertencia que pasaban repetidas veces en su cabeza -¡Peligro! ¡Peligro!- decían. Se quedó sentada en su sala-comedor observando el desayuno servido. Se había olvidado de comer. Al lado de uno de los platos que estaban sobre la mesa había una libreta amarilla con la letra de Marco, la agarró y comenzó a buscar pistas. Cada página contenía listas de ingredientes e instrucciones de cocción para diferentes platillos, de vez en cuando podía ver corazones de tinta negra en las esquinas de las páginas con su nombre en el centro. Pero entre más avanzaba había rayones, cada vez más agresivos y hasta páginas rotas por la presión del esfero. Margo pasó hasta el final de la libreta y encontró anotaciones de enlaces a varias páginas web. Sin pensarlo dos veces encendió el computador del cuarto de estudio y buscó el historial de navegación. Vacío. Marco había sido cuidadoso, o al menos hasta hora. Margo digitó el nombre de una de las páginas, tardó un poco pues tenía diferentes caracteres especiales, cuando por fin terminó, el navegador cargó una página de blog. Estaba en un idioma diferente, el traductor preguntó si quería traducir al español y ella aceptó. Entonces el contenido ahora era claro: Preparar un cuerpo humano para su consumo. La página contenía recomendaciones prácticas y gráficos espeluznantes con dibujos de seres humanos degollados y colgados de cabeza, otros señalaban partes del cuerpo que son más aptas para el consumo y una sección dedicada a la cocción de las entrañas.


Margo no pudo mirar más, sentía ganas de vomitar y a la vez su corazón parecía oprimirse contra su pecho. Secó sus lágrimas con el dorso de su mano y luego sintió los pasos de Marco acercándose a la puerta -¡Mierda! Si se entera estoy muerta- Pensó. Corrió hasta la sala-comedor y dejó la libreta como la había encontrado. Las llaves entraron en la cerradura como un relámpago -¡El computador!- Margo corrió de la forma más silenciosa que pudo y oprimió el botón que apagaba todo el equipo. Marco entró y vió su libreta en el mismo lugar donde sabía que la había olvidado -¿Será que la vio?- Se dijo angustiado. -¡Hola amor!- Dijo ella mientras salía del estudio, que como daba cara al pasillo, éste a su vez conectaba la sala comedor, la habitación de marco y era fácilmente visible a la puerta de entrada.


-Hola cielo ¿no desayunaste?- Dijo extrañado

-No, la verdad se me quitaron las ganas cuando te fuiste-

-Entonces recógelo, no queremos que se entren insectos. Yo sólo vine a recoger mi libreta-

-Ah bueno amor, entonces que te vaya muy bien-

-Un momento- Meditó Marco -ella siempre odia que me vaya, a veces me retiene e incluso me pregunta si llegaré para cenar. Actúa raro-

-¿Estás bien?- Le preguntó a Margo.

-Carajo, Está sospechando algo- Pensó. -Sí amor. Todo bien- Se acercó a su esposo y lo abrazó. Hizo un esfuerzo para que no se notara el temblor que corría por sus brazos y respiró hondo para relajarse. Pero Marco intuía que había algo que no estaba bien-

-¿Qué hacías en el estudio?-

-Estaba viendo mis correos amor. Estaba aburrida de estar acá haciendo nada-

-Bueno amor, antes de salir tengo que revisar unas recetas que no anoté en la libreta- Se soltó de su esposa y salió a paso apresurado al cuarto de estudio-


Margo sabía que había olvidado hacer algo, pero no recordaba qué…¡El historial! Era muy tarde para borrarlo, sabría que alguien había husmeado donde no debía -va a intentar matarme- Sintió miedo de morir, la angustia le agitaba el corazón desaforadamente y la hacía sudar y sudar. -No voy a morir hoy- Caminó a la cocina, agarró el aceite y lo vertió en la baldosa del pasillo. -Esto no será suficiente- Se dijo.


Marco abrió el navegador e hizo clic en la opción de ver el historial de navegación. Solamente un link. Oprimió dos veces el botón izquierdo del ratón y voilà. -Margo sabe. Estoy seguro- Se levantó de la silla y caminó hasta el pasillo -¡Amor ya me voy! Asegúrate de...- Cayó violentamente al suelo y se golpeó el coxis. Soltó un rugido que le desgarró la garganta. Vió a Margo acercarse con una sartén y luego su cabeza rebotó contra el suelo como un martillo. Entonces todo se volvió oscuridad.


Cuando abrió los ojos se dió cuenta que estaba sentado en el sofá de la sala. Sus manos y sus pies estaban atados con hilo, Margo se aseguró de usar varios rollos en sus muñecas, que estaban rojas y apenas podía sentirlas dada la presión del hilo contra sus venas. Margo salió del pasillo con un rollo de cinta y retrocedió un paso al ver que su marido había despertado. Avanzó deprisa a la cocina y sacó un cuchillo.


-¿Por qué estás haciendo esto?- Le preguntó a Margo

-No se haga el bobo conmigo Marco, usted sabe perfectamente porqué lo hago-

-Mira, no soy un caníbal, sé que lo que viste es raro. Pero no soy capaz de eso. ¡Te lo juro!-

-No me crea tonta, estoy segura de que usted tenía algo entre manos-

-¿Cómo puedes pensar que soy capaz de una cosa así?

-Era increíble al principio, pero muchas cosas me dicen que es verdad-

-No me digas, las estúpidas cartas, tus sueños, etcétera ¡Nadie puede predecir el futuro Margarita!-

-Usted es un hombre peligroso, lo sé ¡lo sé!-

-Mi amor reacciona, sabes que te amo. ¡Nunca te haría daño!-

-Dígame sólo una cosa Marco ¿dónde estaba esta mañana?-

-En el club, ya te lo había dicho-

-Olvidaste tu libreta acá ¿cómo trabajaste sin tu libreta?-

-Anoté las recetas en otro lado-

-¿Dónde? Dígame dónde-

-En mi bolsillo está la otra libreta-


Margo se acercó con cautela y tanteó el bolsillo del pantalón. Vacío. Marco saltó y aferró sus dientes al pómulo de su esposa. Ella gritó y enterró sus uñas en el rostro de su marido, este a su vez luchaba por no soltarse de la piel del rostro, que se estiraba como una goma de mascar. Margo se impulsó con ambas manos y logró soltarse de la mordida, no sin perder un trozo de piel y la sangre que brotaba como un río rojo en su rostro. Corrió a hacia la cocina, pero Marco se puso de pié y saltó para derribarla. Ambos cayeron. Él seguía atado, pero al menos lograba usar su fuerza para imponerse, no obstante su esposa tenía la ventaja. En el suelo, el caníbal estaba encima de su presa, la cual estaba de espaldas, arrastrándose hacia la cocina, pero las manos de su esposo la detuvieron y quedó inmovilizada por las garras que rodeban su cuello.


-La oreja es cartílago, pero tiene mucho sabor- Le susurró a su esposa al oído y de un mordisco desgarró la oreja a Margo, quien soltó un grito agudo que retumbó en todo el apartamento. Giró sobre ella misma y logró librarse. Se levantó rápido y observó con horror a su esposo masticando un trozo de su carne mientras trataba de ponerse en pie. Corrió hasta la cocina y luego esperó a que Marco avanzara con pequeños saltos hacia ella. Éste hacía sonidos guturales y cerraba los ojos como si sintiera un placer sexual al saborear el manjar en su boca.


-Hasta nunca mi amor- De un sólo intento, Margo clavó un cuchillo de cocina hasta lo más profundo de la garganta de su esposo. El caníbal cayó jadeando y convulsionando, su cuerpo se había vencido. En un último esfuerzo, su boca se torció para formar una sonrisa de alivio. Ella contemplaba la escena con lágrimas que lavaban la sangre en su rostro. Se sintió desconsolada, con el corazón roto y con el pesar de no volver a ser la misma, no solamente por fuera, sino también porque había tenido que arrancar de su corazón al amor de su vida.


Se acercó al cuerpo de su esposo para despedirse, cerró los ojos desorbitados del muerto y posó su mano en el bolsillo de la camisa. Había un bulto. Metió su mano y de él sacó un papel arrugado, idéntico a los que habían en la libreta. En él estaba escrito la misma frase en cada parte de la hoja. -NO LA LASTIMES. NO LA LASTIMES. NO LA LASTIMES- Dos gotas cayeron en aquella hoja de papel, una transparente y la otra roja. Margo no podía dejar de llorar, pues al final había confirmado que, con la batalla terminada, había perdido más de lo que había ganado.


Arturo Iván Sarmiento 
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