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Hay algo en la azotea


La familia Fuenzalida llegó a su nuevo hogar, una casa de tres pisos. Tenía una fachada de ladrillo, muy antigua pero con un interior recientemente remodelado. Contaba con un patio, situado al lado de la cocina y el comedor, los cuales se conectaban por medio de una sala enorme y además decorada con una chimenea y un mueble donado por el vendedor. Subiendo las escaleras se encontraban cuatro habitaciones y un baño; este piso era tan grande que era prácticamente un apartamento, sin embargo, el siguiente era muy diferente, pues siempre estaba bloqueado por una puerta de acero, que al abrirse, daba acceso a la azotea, el lugar menos decorado, pero que tenía a su favor la bodega, que era del tamaño de una habitación y aunque necesitaba trabajo (el antiguo dueño no se molestó en desocuparla) era todo lo que el padre necesitaba para guardar sus cosas.


-Bienvenidos a su nuevo hogar niños- Dijo el señor Fuenzalida al bajar del coche.

-Mi amor ¡es bellísima!- Anotó la señora Fuenzalida.

-Me alegra que te guste mi amor- Respondió dándole un beso en la mejilla.

-¡Guau! te debió costar una fortuna- Exclamó el hijo.


Los Fuenzalida eran una familia unida, ambos padres trabajaban y gracias a ello gozaban de una buena fuente de ingresos, además se amaban, lo cual es poco común; normalmente las parejas se aguantan por alguna cuestión de principios, pero no los Fuenzalida, ellos habían logrado salir adelante bajo el eficiente liderazgo de la madre, una mujer con temperamento pero con un corazón muy blando. El señor, por otro lado, era más impulsivo, cosa que había generado algunos roces con su esposa, uno de ellos había sido la mudanza, pues él se quejaba constantemente del poco espacio que había para sus hobbies, así llamaba a todas las cosas que había comprado en internet y que no había llegado a usar más de un mes -Les estoy dando un descanso- Siempre decía.


-Te dije que podíamos conseguir algo mejor- Dijo él.

-Pero no era necesario amor, esta casa se ve costosa y muy grande para nosotros-

-Esa es la sorpresa de la que te quería hablar ¡no nos costó casi nada!-

-Bueno, tal vez sea por la ubicación; pero el tamaño, los arreglos, los muebles...se me hace muy extraño que sea barata-

-Ay no seas aburrida amor, ¡la casa es hermosa!-


El camión de mudanza llegó y la familia se dispuso a organizar todas sus cosas. Cuando terminaron, vieron que todo lo que tenían cabía perfectamente, pero todavía les faltaban cosas para poder llenar habitaciones. Pero para entonces se había hecho de noche y ya estaban muy cansados como para hacer alguna otra cosa, entonces pidieron una pizza a domicilio y el niño festejó la decisión con entusiasmo. Por su parte, el padre gastó de su bolsillo para celebrar el inicio de una nueva etapa como familia. La velada era una verdadera noche familiar en medio de cajas vacías. Al acabar de comer, dejaron los restos entre la caja de pizza y a continuación, se dispusieron a descansar. Justo cuando estaban subiendo la escalera, el timbre de la puerta irrumpió el ambiente, el padre se acercó a la mirilla con una expresión de curiosidad y vió al anterior dueño al otro lado de la puerta.


-Señor…Benítez ¿No es así?-

-Buenas noches señor Fuenzalida, lamento molestar tan tarde pero no pude evitar querer pasar a darle la bienvenida al barrio-

-Eh...muchas gracias señor Benítez, pero…¿bienvenida al barrio?-

-Sí, es que sigo viviendo por aquí, más exactamente pasando la calle, es una casa igual a la de ustedes pero...sin el pasado-

-¿El pasado?- Interrumpió la esposa.

-No es nada mi amor, después te cuento- Dijo en voz baja- Muchas gracias por su visita señor Benítez, pero ya nos íbamos a dormir y mañana tenemos que seguir organizando-

-Oh, no tiene que decirlo, entiendo perfectamente, lamento si fuí inoportuno-

-Para nada, que tenga buenas noches- Le dedicó una sonrisa forzada y cerró la puerta. En sus adentros quería abofetear al tipo por casi destapar el secreto de aquella casa antes de poder hablarlo con su esposa. Ella no es de las que se queda con la curiosidad, empezó a preguntar sobre lo que quiso decir el tipo, pero su esposo era experto en evadir discusiones y logró aplazar el tema para más tarde.


El niño, que tenía apenas diez años, se sentía inquieto cuando la oscuridad cubrió todo como una manta negra que no dejaba entrar una partícula de luz. No podía ver nada, ni siquiera sus manos, todo porque su ventana era tapada por un edificio aledaño. Sentía la asfixia de no saber dónde estaba, solamente podía escuchar al viento soplar entre su habitación, hablándole en un idioma gutural, como si espíritus y demonios conversaran en un lenguaje que ningún humano conocía. Su cuerpo temblaba como la cola de una serpiente cascabel y jadeaba intensamente, pero se vió interrumpido por un sonido metálico pero suave que fue seguido por unos pasos ligeros y sigilosos que bajaban la escalera hacia el primer piso. El chico, que sentía un temblor que le retorcía las entrañas, avanzó cautelosamente entre la oscuridad, tanteando muebles y objetos cercanos que le daban pistas de su ubicación. Giró suavemente el picaporte de la puerta, una tenue luz azul llenó la habitación y luego su temor desapareció. Avanzó con menos cautela hacia el pasillo que conectaba a todas las habitaciones y se percató que todas estaban cerradas, pero también sintió una brisa recorriendo su cuerpo como una seda que acariciaba su piel. Avanzó un poco más hacia las escaleras que subían al tercer piso y vió la puerta de acero completamente abierta y trancada para que no se cerrara. Subió sintiendo una presión en el pecho, caminó hacia el origen de la luz azul, bañándose en ella y sintiendo el frío soplo del aire congelando sus pies descalzos. Por fin cruzó el umbral y se encontró sobre la azotea, desierta e iluminada por la luna llena. Olvidó porqué había subido y se acercó al borde de ladrillos para contemplar el brillo de aquel satélite rocoso y grisáceo. La paz que sintió en ese momento lo hizo sentirse mejor, pero la paz murió estrepitosamente por el sonido metálico de la puerta. Un golpe que espantó el sueño de todos y la tranquilidad del chico. Quedó petrificado al ver la figura de un ser que parecía humana, una criatura pequeña que se camuflaba con la oscuridad, estaba a pocos metros de él, apoyada en sus cuatro extremidades y completamente desnuda. Su cabello, igualmente oscuro, ocultaba su rostro a excepción de su sonrisa, una mueca macabra que dejaba ver unos dientes amarillos que brillaban en la noche. La criatura subió su mano lentamente hacia su boca, parecía una rama seca y muy delgada que hacía señas al niño ordenándole hacer silencio. El chico palideció y finalmente cayó en un sueño.

-¡Hijo! ¡Despierta! Oh Dios mío ¡Dios mío!- El chico abrió los ojos. Estaba en la habitación de sus padres, la luz de la lámpara en la mesa noche iluminaba los rostros de toda la familia con un contraste amarillento. El niño despertó pacíficamente pensando que todo había sido un mal sueño, pero sus padres confirmaron haberlo encontrado en la azotea.


-¿Un monstruo dices? Carajo, pensé que ya habías superado tu miedo a la oscuridad. No existen los monstruos hijo, todo está en tu imaginación-

-Yo sé lo que ví mamá, era pequeño y con dientes amarillos, por un momento creí que estaba soñando, ahora estoy seguro de que había algo allí, pero por la oscuridad no ví qué era- Ambos padres se miraron preocupados, sin pronunciar nada ambos sabían lo que el otro pensaba: su hijo era un niño imaginativo que había tenido problemas para dormir solo, creían que el problema había sido superado, pero al parecer el niño volvía a ver rostros en toallas y en objetos que perdían su forma humana al encender la luz.


-Vamos hijo, te acompañaré a dormir- dijo el señor Fuenzalida con una mirada comprensiva.

-No papá, estoy seguro que ví algo, créeme. Me levanté porque escuché pasos, pensé que había subido a la azotea alguno de ustedes, pero ví las puertas del cuarto cerradas y la azotea abierta y me pareció muy extraño. No tuve miedo papá, solamente cuando ví esa cosa-

-Hagamos un trato, subiré contigo para que veas que no hay nada, luego bajaremos y te irás a dormir ¿hecho?-

-Sí pa-


Dejaron la habitación y caminaron en medio de la oscuridad -olvidé poner algunos bombillos- dijo el padre entredientes. Subieron los peldaños con afán de aclarar el misterio, pasaron la puerta y finalmente se detuvieron frente a la puerta de la bodega, la misma que el dueño anterior no desocupó. -¿Aquí fue donde lo viste?- El chico asintió. El padre vió un papel arrojado en el suelo, lo recogió y lo examinó -Una servilleta- pensó. Se percató que estaba manchada de salsa, entonces le ordenó a su hijo que le dejara ver sus manos y buscó rastros del ingrediente. Estaba limpio. -¿Cómo llegó esto aquí?- Se preguntó. -Hijo, espérame un segundo y ya subo ¿Puedes hacerlo?- El niño movió la cabeza de arriba a abajo.


El señor Fuenzalida salió disparado hacia el primer piso de la casa, tenía el presentimiento que había un intruso en la casa y que éste había dejado rastro, sabía que su hijo no había bajado al primer piso y era imposible que la servilleta haya llegado por sí sola, entonces la conclusión lógica era que alguien había pasado por la cocina, donde quedaban las últimas rebanadas de la pizza que cenaron. Las sospechas habían sido confirmadas por la caja vacía que yacía en el piso, la puerta del refrigerador abierta y el mensaje escrito en la pared. FUERA. Había usado un cuchillo para raspar la pared del fondo de la cocina, el arma estaba allí, con pintura blanca en el filo, puesta de forma intencional con la punta hacia el mensaje.


-¿Qué es lo que está pasando?... ¡Oh Dios! ¿Qué es esto?- Las manos de la madre se sacudían sin control, sentía el peso de lo que veía como una pesadilla que le hacía perder el equilibrio. Se sostuvo con la pared y respiró profundamente para procesar la escena que sus ojos eran incapaces de repasar.

-Amor, tenemos que hablar de algo que debí decirte antes de venir aquí-

-¿Quién hizo eso en la pared?- Interrumpió secamente.

-Es lo que trato de decirte. El tipo que vino hace poco, el dueño anterior, él me advirtió que su esposa y su hija habían sido asesinadas en la casa, bueno, algo así.-

-¿Compraste una puta casa donde hubo un doble asesinato?-

-Amor ganamos 30 millones… ¡30 millones! el costo de la casa fue tan bajo que la venta del anterior apartamento nos generó ganancias-

-Sí, pero ahora hay un fantasma, un asesino o lo que sea rondando por acá y echándonos a patadas-


-¡AAAAAAHHHH!- Un grito a lo lejos despertó la atención de los padres. El padre tomó el cuchillo como precaución y luego ambos corrieron con una velocidad felina hasta el tercer piso para encontrar al pequeño con ojos abiertos como platos y la piel pálida como una hoja de papel. Por más que intentaron hacerlo reaccionar él solamente podía apuntar a la puerta de la bodega con lágrimas surcando sus mejillas. El padre comprendió que el invasor se ocultaba allí, pero era inútil entrar, a pesar de que las dos cerraduras no tenían el seguro, la puerta había sido atrancada por dentro. -Llamemos a la policía- propuso finalmente-


-Espera- interrumpió su esposa -el niño dijo que lo que vió era pequeño y con dientes amarillos.

-T...to..toca la pu...puerta mamá- dijo el niño. Ella obedeció tocando con sus nudillos tres veces, unos segundos pasaron y luego se escucharon otros tres golpes muy suaves sobre el metal.

-¿Cómo dijiste que fueron asesinadas?-

-La madre mató a su hija y luego se suicidó porque pensaba que él era infiel-

-¿No te parece extraño que un hombre que quiere olvidar eso se mude a la casa de al lado?-

-No pensarás que él mató a su esposa y a la niña...sería ridículo, nadie que sea culpable se quedaría cerca de la escena del crimen-

-A menos que algo no haya salido bien y ese algo es la niña- Al decir eso la puerta metálica chilló desde dentro, como si Alí Babá hubiera pronunciado sus palabras mágicas. La madre giró la cerradura, al abrir la puerta chirrió y sus ojos se inundaron de tristeza al ver aquel cuerpo esquelético forrado en piel apoyándose débilmente sobre dos piernas diminutas. Acarició con sus manos a la niña como a un pajarito con las alas rotas, la arrulló durante unos segundos y la pequeña se sumergió en aquellos brazos cálidos con un olor familiar que le recordó a su madre. -Mi amor llama a la policía y ponle la tranca a la puerta- Le dijo a su esposo -ese tipo quería que esto pasara, sabía que la niña nos iba a abrir. Ahora vendrá a acabar lo que comenzó-


El señor Fuenzalida volvió hasta a la puerta de entrada haciéndola girar repetidas veces con la palanca hasta que la tranca cediera. Giró sobre su eje para volver con su familia y luego la luz de sus ojos se desvaneció por el frío de una navaja clavada en su garganta. Un guante de cuero le impedía soltar el último suspiro y otra mano le evitaba derrumbarse sobre sus pies, al mismo tiempo, el sujeto bajó lentamente el cuerpo agonizante y luego sintió una punzada en sus costillas que le obligó a soltar al señor Fuenzalida. Un breve grito de dolor se le escapó y el silencio murió como el señor Fuenzalida, quien yacía inmutable con un cuchillo desgastado en la mano. El agresor se acercó al cuerpo y retiró la navaja de la garganta, la limpió con la camisa del difunto y luego la intercambió con el cuchillo que lo había lastimado.


-¿Amor? ¿Todo está bien?- Breves instantes pasaron pero la señora Fuenzalida no obtuvo respuesta -¡¿Amor?!-. Su instinto palpitaba como explosiones en su cabeza, revolviendo sus entrañas en una extraña vorágine de malos pensamientos. Se levantó con la niña en brazos, cogió a su hijo de la mano y bajó la escalera a paso lento. El silencio era una mala señal; no había pasos, no había voces, solamente el viento soplaba con temor ante el asesino que se ocultaba en una de las habitaciones vacías. La niña, que aunque estaba débil tenía la ventaja de haberse acostumbrado a sobrevivir en aquel ambiente, saltó de los brazos de su madre adoptiva y apagó las luces de todo el piso. La confusión del siniestro creció ante aquel acto impredecible y esperó como un cazador esperando un error de su presa, pero éste no contaba con la experiencia de una chiquilla, quien ya ocultaba al niño y a su madre en una de las habitaciones. -¿Qué estás haciendo?- Le susurró a la pequeña. -Él está aquí- Contestó. Sus ojos exhalaban fuego de las córneas, tenía una mirada asesina que brillaba con el azul de la luz que atravesaba la ventana de la habitación de la madre. -Yo debo ir, quédense aquí o los matará- continuó diciendo.

-No debes hacer esto cariño, yo estoy aquí y puedo ayudarte-

-No hay tiempo. Adiós- Cerró la puerta desde afuera, metió la llave en la cerradura y luego la dobló la lámina de metal con ambas manos. La madre intentó abrir la cerradura con ambas manos, cuando vió que era inútil buscó las llaves en su bolsillo -¡¿dónde diablos están?!- Pensó.


La niña se desplazaba en la oscuridad como un gato, pues la penumbra era su hogar, su hábitat tras varias semanas de ocultarse en aquella bodega. Bajó las escaleras con agilidad y pies ligeros como plumas, estaba decidida a acabar con su captor y su asesino, pero su concentración se desplomó al ver el cuerpo del señor Fuenzalida en el suelo. La niña se sentó junto a él y le cerró los ojos, que estaban aún con el horror grabado en su retina a pesar de su deceso. Bajó la mirada y vió la navaja entre el puño del difunto, la cogió y luego la guardó en su bolsillo -Te vengaré también- Pensó. El ruido de una puerta rechinando la alertó, dió la vuelta y subió los peldaños. Una figura humana tanteaba las paredes y abría las habitaciones con suma delicadeza. Estaba a unos metros de la madre y el niño, en ese instante la niña fue consumida por la ira y la excitación por tener finalmente la oportunidad de vengarse. Avanzó. Cada paso lo hacía cada vez más suave que el anterior, estaba tan cerca que podía olerlo, solamente quedaban cuatro pasos, tres pasos, dos pasos-¡A la mierda!- El hombre encendió las luces y el susto provocó un sobresalto en la niña que advirtió su presencia al asesino, en una fracción de segundo este se giró y reconoció a la pequeña -Debes morir, tesoro- su mano voló hacia la niña y el cuerpo de la pequeña cayó al suelo. -¡No papá!- Gritó ella.

-Tu madre era una infiel y una mentirosa. Tú eres el engendro de esa mentira y debes morir para limpiar mi nombre... al fin podré empezar de cero- Desenvainó de su bolsillo el cuchillo que arrancó de los dedos del señor Fuenzalida y lo empuñó contra su hija. En ese instante una puerta convulsionó intentando abrirse. -Ahí los dejaste. Ellos deben morir primero, son una amenaza mayor- Le quitó la navaja a su hija, caminó hacia la puerta de la habitación y retiró la llave, esta a su vez abrió con fuerza hacia su nariz. El asesino cayó sobre su espalda, soltó los objetos cortantes y cubrió su rostro por el dolor, pero se logró incorporar de un soplo y se puso en guardia. La oscuridad recuperó su hegemonía gracias a que la niña apagó el interruptor, y la madre, quien ya sabía dónde estaba el siniestro, se abalanzó sobre él y usó las uñas de sus pulgares en los ojos del enemigo. -¡Maldito! ¡¿qué le hizo a mi esposo?!- Rugió con la ira de una esposa, de una amante y de una madre. Su dolor era capaz de asesinar, y estaba a punto de hacerlo, pero no contaba con el puño del monstruo que creía haber dominado, cayó estrepitosamente a su lado y escupió dos dientes. La bestia, ahora ciega, tiraba puños a diestra y siniestra como una hiena rodeada de leonas. En ese momento la pelea llegó a su clímax, la niña esperaba su oportunidad de atacar a su padre mientras la mujer se recuperaba del golpe; el pequeño, que había estado congelado de horror desde que había comenzado la pelea, ahora estaba envuelto en llamas al ver a su madre retorciéndose en el suelo. Se acercó al ciego con cautela, teniendo cuidado de no ser alcanzado por sus puños, esperó, cuando el hombre dió un paso en falso, lanzó su pie sobre el tobillo del asesino y este cayó de cara hacia la baldosa. Respiraba aún, pero yacía inconsciente en el suelo.


La niña encendió la luz, tomó la navaja del suelo y lo apuntó al cuello. -¡No lo hagas!- Gritó la madre. -Serás igual a él-

-No soy igual a él... soy peor- la navaja se clavó en la nuca como una lanza. El asesino se levantó como si hubiera despertado de un mal sueño, tosía sangrientos alaridos de venganza tan desesperados que le dieron fuerza para agarrar a la niña del cuello; pero todo acabó cuando el cuchillo atravesó su garganta. El niño retiró su mano con nerviosismo de la empuñadura de madera y se sentó para llorar entre sus rodillas. El asesino cayó para siempre en un charco de sangre y con la ira marcada en el rostro; la pequeña se acercó a el cuerpo para cerrar sus ojos y darle paz, como si dentro de él aún estuviera el padre que alguna vez la amó.



Arturo Iván Sarmiento 
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