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El gato de la suerte


Ramón caminaba por las avenidas de la ciudad empresarial con su portafolios a la mano. Llevaba un traje gris claro que le quedaba pequeño, y que, debido a su delgadez, le hacía parecer como un fósforo saliendo de su caja. Sus pómulos sobresalientes, sus ojeras marcadas y su piel pálida le asemejaban a un personaje de las películas de Tim Burton. Facciones que en aquel día soleado se acentuaban con más fuerza.



El día había sido frustrante, no solamente estaba a punto de que su arrendatario lo sacara a patadas del apartaestudio donde vivía, sino que también acababa de perder la oportunidad de trabajar en algo que realmente le gustaba: las finanzas. Ya había perdido siete entrevistas, en las cuales siempre había sido descalificado antes de demostrar sus habilidades. Para Ramón, esto se debía a su carácter introvertido, que para los psicólogos organizacionales puede confundirse con timidez e indecisión, las cuales son características imperdonables para los empleados de diversas compañías. Pero esto no detenía a Ramón, sabía que en algún momento se encontraría con una empresa que se daría cuenta de que sus habilidades son más importantes que su falta de interés hacia la socialización. -Sólo faltaba un poco de suerte- pensó. Muy a pesar de su optimismo hacia ese punto, todo lo demás le parecía que era un desastre; no tenía novia, no tenía dinero, no tendría dónde vivir y sí tenía mucha hambre.


El calor era insoportable y sus pies estaban molidos por la larga caminata hacia su casa. Decidió descansar en una banca que quedaba de cara a un parque donde los hombres de traje se paseaban en la hora del almuerzo, a eso de las doce y media, que es cuando el sol está en su posición cenital. Subió la mirada buscando en el cielo la respuesta a su mala suerte -¿será que nunca voy a salir de esta?- Pensó. Cuando la bajó, un gato blanco lo observaba atentamente. Ramón posó su mano frente al hocico del animal y éste la olfateó sin llegar a tocarla, pero cuando Ramón quiso acariciarlo, éste se apartó con rapidez y salió orgullosamente hacia la avenida ondeando su cola, que tenía una mancha negra en la punta. Se acercó peligrosamente hacia los autos que transitaban a toda velocidad, y Ramón, que no había perdido de vista al gato, se apeó con su portafolios para tratar de alcanzarlo y salvarlo de una muerte segura.


El felino atravesaba la calle tranquilamente sin poner atención a los carros, los camiones, los taxis y hasta las bicicletas que pasaban sin siquiera tocarlo. Ramón miraba boquiabierto sin poder hacer nada, era lo más extraño que había visto en su vida -¿Cuáles son las probabilidades de que un gato atraviese esta avenida sin ser atropellado?- Se preguntó. La cifra era ridícula, pero más ridículo era pensar que realmente podía suceder, no obstante, ahí estaba el animal acicalándose al otro lado de la calle. Ramón necesitaba saber que no había sido una alucinación, así que decidió seguirlo por unas calles hasta dar con la razón del extraño acontecimiento.


Ambos seguían por su lado de la calle bajo el sol inclemente, tanto Ramón como el animal daban señales de agotamiento, de hambre y de sed. Ramón se daba por vencido, era imposible que el gato fuera un amuleto viviente, era solamente una criatura que había aprendido a vivir en la calle, cosa que también tendría que aprender si no encontraba un trabajo rápidamente. Se detuvo, no tenía sentido seguir persiguiendo falsas esperanzas. Se giró sobre sí mismo y entonces, no muy lejos de él, el conductor de un camión perdía el control de su vehículo. Una de las llantas estalló y el metal raspaba contra el asfalto soltando chispas que brotaban como pequeñas estrellas fugaces. El camión se deslizó varios metros más hasta volcarse de un costado y finalmente se detuvo dejando un caos a su paso. De la parte trasera salieron tanques que rodaban fuera del camión, uno de ellos perdió la tapa y de él comenzó a salir un líquido blanco que llamó la atención del gato. Ramón observaba sin siquiera pestañear. El felino se puso en medio de la vía, esta vez sin correr peligro, pues el camión estorbaba casi todos los carriles; entonces lamía la leche tranquilamente y saciaba su sed. A su lado, una paloma se refrescaba del calor con el líquido, lo que no fue pasado por alto, pues ahora sus ojos azules formaban dos agujas penetrantes que miraban con codicia al ave desprevenida. Flexionó sus cuatro patas, bajó la cabeza y su cola blanca con punta negra, esperó, la paloma se sacudía felizmente, seña que hizo brincar las afiladas pupilas del depredador; en un milisegundo, el gato volaba como un ninja sobre las alas de su presa y clavaba sus colmillos en la garganta con plumas purpúreas que se empapaban de sangre.


Ramón no necesitaba más pruebas para confirmar sus sospechas -¡Es un gato de la suerte!- Pensó. Era la oportunidad para cambiar el rumbo de su vida para siempre, sólo necesitaba atrapar al gato y adoptarlo -y si... ¿me lo como?- se preguntó -No tendría necesidad de tener el gato, pues me devoraría toda la suerte ¿o no?- No era importante en el momento, debía aprovechar que el gato terminaba su festín de paloma para atraparlo. Dejó su portafolios atrás, le estorbaba para cazar, además seguramente con la suerte del gato lo volvería a encontrar; se quitó el saco y lo envolvió en sus manos para protegerse de las garras y poder envolver a su amuleto. Entonces emprendió la cacería con pasos sigilosos, pero el gato, que podía escuchar a un roedor diez metros a la redonda, se percató de la torpeza de Ramón. Tragó el último bocado de paloma y emprendió la huida a toda velocidad entre un callejón estrecho y muy oscuro lleno de habitantes de la calle, el gato los esquivaba con facilidad, pero Ramón tropezaba con personas en medio de su siesta o con cubetas llenas de chatarra, pero siempre lograba componerse para seguir al animal. Al salir del callejón, la luz cegó al hombre por unos instantes, pero guiado por su desesperación siguió avanzando hacia la mancha más blanca a su vista que corría en línea recta. Finalmente recuperó la vista, el gato se restregaba entre sus piernas como si estuviera concediéndole la victoria.


Ramón se inclinó lentamente para recoger su trofeo, pero su felicidad fue interrumpida por el claxon de un autobús cuyos neumáticos soltaban humo en el asfalto y chillaban como una manada de elefantes, ¡estaba en medio de la vía! Reaccionó a la velocidad del rayo, tomó al felino y saltó con una acrobacia de la cual nunca se había creído capaz alguna vez. Abrió los ojos para confirmar su supervivencia. Estaba sano y salvo. El gato maulló entre sus brazos como si estuviera agradecido, pero Ramón sabía que todo lo debía a su suerte. Tomó entonces a su nuevo amigo y luego salió triunfante hacia su apartaestudio. En la entrada de su casa estaba el arrendatario golpeando frenéticamente la puerta, cerca a ésta hay una escalera por la que Ramón subió apurado al escuchar la desesperación del dueño.


-¡Buenas noches señor Valencia!-

-Ah, Ramón, realmente estaba por fuera, pensaba que estaba evadiéndome-

-De ninguna manera señor Valencia, no se preocupe por su paga, estoy cerca de poder saldar mis deudas- El gato maulló entre sus manos.

-Eso espero Ramón, y tampoco olvide que no se permiten animales, si escucho maullidos en la noche le haré desocupar así- dijo chasqueando los dedos.

-Sí señor, no se preocupe-


Ramón, entró en su habitación, que aunque no era bonita ni mucho menos espaciosa, tenía todo lo que un hombre soltero necesitaba; una estufa pequeña, un microondas, una neverita, un televisor, un colchón y una ventana con vista a la calle. El gato olisqueó todo, incluso varias cajas de pizza apiladas cerca de la puerta, sus ojos parecían dos lunas llenas completamente negras y con un borde azul como el cielo diurno. Ramón contemplaba la curiosidad del gato preguntándose qué hacer, si se deshacía del gato, adiós suerte, pero si se quedaba con él, el dueño no tardaría en sacarlo a patadas y lo peor era que no tenía a quién acudir para que le diera posada unos días.


Entonces recordó la idea de comerlo -¿Funcionará?- Se preguntó. Y la respuesta a su pregunta era que valía la pena intentarlo, pues no podía conservarlo ni dejarlo ir. La única opción era comerse el gato. Se le ocurrió usar las cajas de pizza para distraer al gato, lo que funcionó de maravilla, ya que los gatos adoran todo tipo de cajas. Las apiló en filas y el gato simplemente se desplazaba entre ellas como si no pudiera decidir en cuál quedarse, finalmente la escogió y se quedó dormido. Ramón pudo entonces aprovechar para degollarlo, el felino apenas pudo reaccionar, ahora que su sangre corría entre la caja, ésta a su vez era absorbida por el cartón y goteaba hasta el suelo de alfombra. Había logrado colgar una pita desde el techo que dejaba al cadáver colgando de cabeza, lo que hacía que se desangrara rápidamente. Mientras esto sucedía, Ramón hervía una sartén con un poco de aceite. Era obvio que tenía experiencia casi nula cocinando y mucho menos con un animal que ni siquiera había sido desmembrado, además, otro problema era el olor, a cada minuto el cadáver se hacía más fétido. Ramón pensaba en todo esto mientras se afanaba por despellejar al animal, tarea que hacía con mayor torpeza que las otras, cuando terminó, puso la carne en la sartén con el aceite caliente, pero se vió interrumpido por el timbre de la puerta. El corazón de Ramón se aceleró y sudor comenzó a brotar de su frente -¿Quién diablos será?- Se preguntó. Quitó el cerrojo de la puerta y abrió la puerta de metal unos cuantos centímetros y poniendo el pie para trabarla.


-Ramón ¿qué carajos está haciendo?- dijo el dueño del apartaestudio mientras intentaba husmear al fondo del apartamento.

-¡Señor Valencia!-

-Se escuchan ruidos muy extraños y un olor nauseabundo…¿está cocinando tan tarde?-

-Sí señor, es que llegué muy tarde y ni había almorzado-

-Déjeme entrar, quiero cerciorarme de que todo está bien-

-Señor, no hay necesidad. Todo está perfecto-

-¡Que me deje entrar!- El señor Valencia empujó la puerta con todas sus fuerzas y logró tumbar a Ramón.

-Está muy desordenado señor ¡No mire!-

-¡Qué es todo esto! Por Dios, toda esta sangre es...es…- Valencia no pudo terminar la oración, Ramón le había clavado el cuchillo de despellejar y al instante cayó al suelo con fuerza.

-¡Dios mio! ¡Dios mio! ¡¿Qué hice?!- Ramón se cogía el pelo con desesperación. Era el momento de huír, un minuto más allí representaba un peligro aún mayor. Los vecinos preguntarían, la policía lo llevaría preso por asesinato y seguramente lo llevarían al manicomio por tratar de comerse un gato…-¡El gato!- Pensó. Todo se solucionaría si lograba comerse la suerte, corrió hasta la estufa y apagó el fuego, la carne aún no estaba lista pero no había tiempo para más. Comenzó a morder, masticar y tragar la carne como un lobo hambriento, el sabor era horrible, pero el temor a las consecuencias de sus actos le hacía olvidarlo. Entonces, afuera de su ventana, se escuchó un maullido, Ramón volteó a mirar y el terror le hizo sentir náuseas. Era un gato blanco con ojos azules que se acicalaba triunfante, mostrando una y otra vez la mancha negra en la punta de su cola, Ramón buscó la caja de pizza y encontró la cola del gato que estaba masticando -¡No hay mancha! ¡No hay mancha!-


Ramón se arrodilló sollozando. No había esperanzas, su vida estaba a punto de terminar. Tenía que decidir si sería bajo su propia mano o decidida por el filo de la espada de la justicia. -Filo…- Murmuró. El cuerpo del señor Valencia aún tenía enterrado el cuchillo. Sabía lo que debía hacer, solamente hubiera deseado haber atrapado al gato correcto o simplemente nunca haberlo necesitado. Imaginaba cómo habrían sido las cosas de ese modo, qué habría pasado -¿habría conseguido el trabajo?- se preguntó.


El gato, entretanto, disfrutaba el espectáculo, le gustaba ver el final de los desgraciados que habían intentado atraparlo. Ramón no había sido el primero, ni sería el último, ya que su olfato no podía resistir el aroma del miedo, ese mismo que expiran las personas cuando harían cualquier cosa con tal de conseguir un poco de dinero, los mismos que, al ver derrumbados sus proyectos más ambiciosos, ceden a la locura cuando escuchan la risa del mundo al ver su felicidad aplastada por la realidad. Ramón aún apuntaba su mirada hacia el gato, afilada por el odio y aún más cortante que el cuchillo que sostenía en las manos. -Esto no se quedará así- Dijo al felino, como si éste pudiera entenderle. Encendió el gas de la estufa y esperó. El gato blanco le seguía con la mirada, tratando de adivinar sus intenciones. El gas mareaba a Ramón, lo hacía sentir débil. Entendió que era el momento, dirigió una sonrisa irónica que el gato no adivinó, y luego, un rugido seguido de una llama gigantesca escondió la paz del silencio y escupió al felino como un asteroide que aterrizó a varios metros de donde estaba.


Ramón agonizaba, su cuerpo estaba completamente quemado, sus oídos zumbaban y eran incapaces de escuchar, sus gemidos de dolor atravesaban las paredes y cada segundo parecía durar una eternidad. No obstante, su determinación estaba intacta, el cuchillo que aún estaba en sus manos viajó como una bala hacia su estómago, el sufrimiento continuó unos minutos más, pero luego el dolor se apagó al igual que la luz en sus ojos.


En cuanto al gato, la suerte lo mantuvo vivo, pero el fuego había alcanzado a transformar su pelaje en una masa de carbón, reduciendo su belleza a cenizas. Viviría para atormentar a los desgraciados otro día, pero nunca iba a olvidar que uno de ellos, a pesar de su torpeza, por poco logra ponerle fin a sus fechorías y a su buena suerte.


FIN



Arturo Iván Sarmiento 
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